Un espectáculo total
El primero de los cuatro bloques del espectáculo noqueó, como luego los demás, por abundancia de estímulos. En Revolver la musa rubia bailó en el provocador que con forma triangular hendía la platea donde el público, atronado, gritaba. En la siguiente pieza una habitación emergió del escenario y en ella, Madonna y un bailarín simularon una discusión que ella zanjó descerrajándole un tiro. La pieza, claro, era Gang bang. En Papa don’t preach el cromatismo oscuro de las pantallas enmarcó una cruz; en Hung up Madonna y el cuerpo de baile hicieron equilibrios en unas cintas, mientras que en I don’t give A la estrella se ciñó una guitarra y la meneó en la punta del escenario, para acabar con imágenes de cementerio propias de una portada de Joy Division en Best friend / Hearbeat. Aire, por favor.
Madonna no perdió el resuello corriendo y saltando como en Sticky & sweet tour. En esta gira se muestra como una mujer que se resiste a dejar atrás sus atractivos pero no cae en demostraciones antinaturales de vigor o erotismo.
En el arranque de la segunda parte, vestida de animadora, con músicos colgados del techo como marionetas, meneó el trasero, pero la cosa no pasó de simpático gesto picante. En Turn up the radio, ya sin disfraz,reapareció la rockera, guitarra en ristre, brazo en alto, falda modosita por encima de la rodilla. Plataformas retráctiles hacían aparecer y desaparecer bailarines, aunque los tres miembros de Kalakan, todo y no ser de Bilbao, aparecieron por donde quisieron, desde detrás del escenario en una plataforma móvil. Ese fue el momento Sabino Arana de la noche. Madonna, con txapela puesta no como en Astigarraga sino como en la Quinta Avenida, cantó con el trío de percusión vasco al que presentó debidamente. En un momento de máximo esplendor euskaldún, Kalakan cantaron en euskera mientras sonaba la txalaparta. Mejor promoción de Euskadi ni el Guggenheim. Luego, ya en inglés, Madonna dijo eso de que estamos aquí para ser felices y formar una sola alma y todo eso que se dice para trascender la frivolidad.
Madonna es más lista que nadie, pidió protagonismo con Candy song mientras el escenario se llenaban de sudorosos torsos desnudos. A partir de aquí el acelerón final. No hubo pecho ni bragas, Barcelona no es Estambul ni Roma, esta es una ciudad normal donde eso se ve por la calle, mandaron las coreografías más bien reposadas y una espectacularidad siempre elegante. Con Like a preyer y Celebration acabó un concierto muy entretenido en el que Madonna mandó. Está en forma. Tanto que no precisa demostrarlo.
Luis Hidalgo
51.369998
19.360000